Sé un hombre. Ensayos contra la masculinidad

Cuando nos convertimos en hombres —cuando aceptamos la idea de que existe algo llamado masculinidad a lo que debemos amoldarnos— cambiamos todos aquellos rasgos de nuestro ser que hacen que la vida merezca la pena, por una interminable lucha por el poder que, a la postre, es irreal y destructiva, no sólo para los demás, sino también para nosotros mismos.

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La industria del conspiracionismo

¿Cómo puede uno indignarse ante el conspiracionismo —una mentalidad basada en la convicción de que «se nos oculta la verdad y las verdaderas razones de los acontecimientos»— y pretender combatirlo, cuando se admite que la mentira prolifera por doquier? Habida cuenta de todo lo que sabemos de la sociedad moderna y de la historia de los poderosos «desde que tenemos memoria» (Hannah Arendt), ¿qué debería causarnos hoy más sorpresa? ¿La ingenuidad de quienes siguen dando crédito al lenguaje del poder y de los grandes medios de comunicación? ¿O la desconfianza por principio de quienes ya no creen en ninguna información oficial, llegando en ocasiones a visiones delirantes? ¿Qué resulta más desestabilizador, el desconocimiento sobre los mecanismos del poder que muestran los primeros, con el pretexto de que vivimos en un sistema más o menos parlamentario? ¿O la confusa fascinación de los segundos por los poderosos, que los lleva a sobrevalorarlos?

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Carta a Moscú - Escritos antiestalinistas

Carta a Moscú. Escritos antiestalinistas de un socialista sin partido

Solamente mediante sofismas y miserables juegos de palabras podéis negar que los procesos que tienen lugar actualmente en Rusia son auténticos asesinatos colectivos de todos aquellos que no comparten la línea política dominante, asesinatos que se complacen en ejecutar bajo formas judiciales verdaderamente caricaturescas y macabras. En cualquier caso, debéis saber que ningún hombre con sentido común otorga crédito alguno a las presuntas «confesiones» de los acusados; que el chantaje moral con el que contáis para aterrorizar a quienes os rebaten, ya no tiene efecto en muchos de nosotros. Vuestro delirio verbal, lejos de incomodarnos, nos obliga a reflexionar y debatir.

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La guerra es la salud del Estado

La guerra es la salud del Estado. Pone en marcha automáticamente, en el conjunto de la sociedad, esas fuerzas irresistibles a favor de la uniformidad, de la cooperación apasionada con el gobierno, para obligar a obedecer a los grupos minoritarios y a los individuos que carecen del sentido general del rebaño. La maquinaria del gobierno establece y hace cumplir la severidad de las penas; las minorías son silenciadas mediante la intimidación o se las hace entrar lentamente en razón mediante un sutil mecanismo de persuasión que acaba por convencerlas de que se han convertido por voluntad propia.

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La revuelta conformista. El 68 y los jóvenes

De esta sociedad ―de este estado de cosas― hay que separarse, llevar a cabo un acto lleno de «herejía». Y separarse tranquilamente, sin gritos ni tumultos, en silencio y en secreto; no solo, sino en grupos, en «sociedades» auténticas que puedan crear una vida lo más independiente y sensata posible, sin ninguna idea de falansterio o de colonia utópica, en la que cada cual aprenda ante todo a gobernarse a sí mismo y a comportarse con justicia con los demás, y donde cada cual ejerza su oficio según las reglas del propio oficio, que son en sí mismas los principios morales más simples y estrictos, y que excluyen siempre por naturaleza el fraude, el abuso de poder, la charlatanería y la sed de dominio y de posesión. Esto no significaría dar la espalda ni a la vida de nuestros semejantes, ni a la política en un sentido serio. Sería, sin embargo, una forma no retórica de «protesta global».

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