La revuelta conformista. El 68 y los jóvenes

De esta sociedad ―de este estado de cosas― hay que separarse, llevar a cabo un acto lleno de «herejía». Y separarse tranquilamente, sin gritos ni tumultos, en silencio y en secreto; no solo, sino en grupos, en «sociedades» auténticas que puedan crear una vida lo más independiente y sensata posible, sin ninguna idea de falansterio o de colonia utópica, en la que cada cual aprenda ante todo a gobernarse a sí mismo y a comportarse con justicia con los demás, y donde cada cual ejerza su oficio según las reglas del propio oficio, que son en sí mismas los principios morales más simples y estrictos, y que excluyen siempre por naturaleza el fraude, el abuso de poder, la charlatanería y la sed de dominio y de posesión. Esto no significaría dar la espalda ni a la vida de nuestros semejantes, ni a la política en un sentido serio. Sería, sin embargo, una forma no retórica de «protesta global».

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La criminalidad de los estadios

La criminalidad de los estadios ha alcanzado sus mayores triunfos cuando estos lugares han sido utilizados para segregar, torturar y masacrar a los adversarios políticos. Un uso excepcional, pero en absoluto anómalo. Se ha tratado antes bien de momentos de la verdad, reveladores de la naturaleza profunda de este templo, realización total de su potencial. Cárcel y matadero. Después se limpia la sangre y el estadio vuelve a su uso habitual: partidos de fútbol, conciertos de rock, encuentros religiosos. Violencia ritual, rutinaria, fisiológica. La máquina que funciona al mínimo, pero siempre lista para dar el máximo, lo mejor de sí misma.

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Contra la colapsología

Pues una cosa muy diferente es rechazar la banalización mediática de la colapsología, así como una ingenuidad política alarmante que a menudo la caracteriza, y otra es negar en bloque lo que para nosotros constituyen los mayores aciertos del movimiento ecologista proveniente de los años setenta y que, incluso de manera amorfa o apenas reconocible, subsiste en toda propuesta ecologista del presente.

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Turismo o revolución

Nuestros sueños de evasión han sido industrializados tras la industrialización de la vida cotidiana. La mayor parte del tiempo no nos damos ni cuenta, enrolados como estamos en un mundo de supermercados gobernado por el gesto automático. Pero el confort material no elimina la tristeza, el aburrimiento, la miseria de un presente sin porvenir. Industria del falso viaje, el turismo prospera gracias al malestar. Siempre se regresa, debemos volver incansablemente. Nuestra prisa por partir en vacaciones es el indicador de nuestra insatisfacción. Vuelve manifiesta nuestra resignación a vivir en el aburrimiento, la insipidez, la precariedad, en lo invivible. Turismo o revolución: hay que elegir.

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Son ilusiiooones… (en respuesta a Luis González Reyes)

José Ardillo, autor de nuestros salmones Ensayos sobre la libertad en un planeta frágil y Las ilusiones renovables. Ecología, energía y poder, nos ha hecho llegar las siguientes notas donde responde a una reseña de este último libro realizada en Twitter por Luis González Reyes, militante de Ecologistas en Acción.

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Adiós a una época que muere sin paz

El periodo que va de la Restauración a la Guerra Civil forma parte sin ninguna duda de este último tipo, porque asistió al final de un mundo y a la emergencia de otro. Entre las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX se desintegran dos universos diferentes, que son en realidad el mismo: por un lado, el de las viejas certezas de todo género, sobre todo espirituales, que se verán sacudidas por el auge de la ciencia y de un materialismo a veces insuperablemente radical, lo que tendrá consecuencias visibles en la forma de percibir el mundo, así como en la forma en que lo habitan los seres humanos; por otro lado, el mundo material sufre unos cambios drásticos que van a alterar tanto las costumbres como las condiciones físicas de existencia, con la industrialización y el éxodo cada vez más acelerado hacia las ciudades.

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El paraíso que merece ser recobrado

Thoreau pensaba que aunque la idea de trabajar con la naturaleza para mejorar la vida humana no carece de mérito, no debemos creer que una vida de comodidad material puede sustituir la necesidad de que la naturaleza salvaje nos proporcione valores estéticos y espirituales para nuestra alma. Y un triunfo absoluto sobre la naturaleza podría privarnos de los bienes que ésta nos proporciona gratuitamente sin mediación de la máquina cuando la tratamos con respeto. Los ecologistas de nuestros días encuentran sostén en el desafío de Thoreau a los planes de Etzler para la naturaleza.

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La nostalgia de la belleza

Es mi relación con la Naturaleza lo que ha cambiado, y ya no es despreocupada, mi sentimiento de la Naturaleza ya no es el mismo que antes; y aquí, en Capri, soy más consciente de ello que en ningún otro lugar. Es un sentimiento que proviene de una experiencia traumática vivida por mi generación, sólo por la nuestra, en la historia de la humanidad. Sólo nosotros hemos experimentado, en el breve arco de una vida, el tiempo en que la Naturaleza (el mar, el cielo, la tierra) era la misma que había sido siempre a lo largo de milenios, y el tiempo en que ha dejado de serlo, y está enferma, sufriente, sin alma, como el fondo del mar. ¿Cómo disfrutar, entonces, de su Belleza con toda tranquilidad, cómo admirar unas vistas o un bello paisaje?

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