José Ardillo, autor de nuestros salmones Ensayos sobre la libertad en un planeta frágil y Las ilusiones renovables. Ecología, energía y poder, nos ha hecho llegar las siguientes notas donde responde a una reseña de este último libro realizada en Twitter por Luis González Reyes, militante de Ecologistas en Acción.

José Ardillo, autor de nuestros salmones Ensayos sobre la libertad en un planeta frágil y Las ilusiones renovables. Ecología, energía y poder, nos ha hecho llegar las siguientes notas donde responde a una reseña de este último libro realizada en Twitter por Luis González Reyes, militante de Ecologistas en Acción.

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Agradezco a Luis González Reyes que se haya tomado el trabajo de leer el libro y redactar estas notas. Comparto los siguientes comentarios para señalar un par de cuestiones.

Mi crítica al movimiento ecologista desde el punto de vista de la reflexión política y de la  crítica al Poder puede parecer excesiva, lo admito, pero hay que comprenderla desde la totalidad del libro, donde argumentos no faltan, y no sólo a partir de un pequeño fragmento. Por otro lado, si considero que en los años 70 todavía había muestras de un ecologismo ligado a la tradición libertaria, en el momento en que redactaba el libro (allá por los años 2006-07) mi impresión es que las principales organizaciones ecologistas en España habían perdido casi por completo el hilo que les unía a esa tradición utópica y radical heredera del 68. Por poner un ejemplo que viene al caso: la cuestión de la energía. En 2006, el discurso de una organización como Ecologistas en Acción con respecto a la implantación de los modelos industriales de energía alternativa era de mero seguimiento de la estrategia  gubernamental y empresarial: no existía una posición crítica coherente y sopesada. En  mi artículo sobre el libro La espiral de la energía, que González Reyes conoce, yo constataba una evolución saludable en torno a esta cuestión (pero hay que tener en cuenta que este libro se publica ya en 2014 y también hay que decir que miradas críticas como la de Ramón Fernández Durán eran minoritarias dentro de la organización…).

Fuera del tema de la energía y las renovables, ¿podemos pensar que globalmente el  movimiento ecologista en España ha desarrollado una reflexión crítica con respecto a la función del Estado, los servicios públicos, el problema de la absorción institucional, etc.?

Puede ser, pero yo tengo mis dudas (aunque, claro, estoy abierto a la discusión). Por supuesto, aquí no puedo desarrollar este debate; en su lugar invito a la lectura del libro de José Manuel Naredo, La crítica agotada, que ofrece algunas claves valiosas.

Más urgente considero su alusión a la cuestión de la colapsología. No puedo extenderme aquí sobre el asunto; remito a mi texto para quien lo desee vea allí cuál es mi argumentación. Pero González Reyes comete un grave error de lectura, tergiversando por completo el sentido del extracto que cita, y escribe: «[Ardillo] carga contra la colapsología: “sus diagnósticos están confundidos tanto en sus conocimientos empíricos como en sus juicios de valor”». En el libro, esos diagnósticos no aluden a los de la colapsología, sino a algo completamente distinto; explicado sucintamente, en el artículo realizo una especie de juego de ficción en virtud del cual trato de imaginar cómo reaccionarían un ecologista y un tecnócrata traídos de 1970 ante la evolución de la ecología y las cuestiones ambientales en nuestra época, y las palabras citadas por González Reyes vendrían a significar «los diagnósticos [del hipotético ecologista y el hipotético empresario de 1970] están confundidos [que aquí, además, tiene un sentido más neutro de «mezclados»] tanto en sus conocimientos empíricos como en sus juicios de valor».  Por tanto, la interpretación de este extracto no se corresponde en absoluto a lo que digo en el texto, y querría pedir a González Reyes que lo corrigiera, porque en este caso sí que puede llevar a la confusión a posibles lectores y lectoras…

Espero que el debate continúe.

José Ardillo

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A continuación, el fragmento del que González Reyes extrae la cita mal interpretada (que figura al final del párrafo):

Volvamos a la paradoja de las miradas cruzadas que anticipan nuestro presente. Seguramente nuestro ecologista de 1970 no se habría dejado embaucar del todo por nuestro relato del futuro. ¿O tal vez sí? Todo reside en una interpretación lo más correcta posible de los hechos, y para eso no sirve de nada la futurología sino el tipo de juicios de valor que estemos aplicando ya en el presente. La eco­logía política, antes que anticipación de los males por venir, es una comprensión de lo que ya ha ocurrido y de lo que está ocurriendo. En ese sentido, un ecologista lúcido de 1970 habría podido sorpren­derse poco ante la permanencia de la sociedad industrial mientras que, al mismo tiempo, habría desdeñado como parciales y engaño­sos todo los avances logrados en agricultura biológica, energías re­novables, reciclaje, etc. De nuevo, y al contrario, el empresario tec­nócrata, sin necesidad de estar dotado de una gran inteligencia (un supuesto teórico muy plausible) habría juzgado rápidamente el in­ventario futuro como un mal necesario e inevitable dentro de su grandiosa idea de modernización. Su instinto predador le habría he­cho adivinar, sin que nosotros le revelemos toda la información, que el mundo futuro sería tanto un desierto que avanza como un desa­rrollo exuberante de mercancías… En definitiva, a poco que nues­tros dos hipotéticos personajes hubieran aplicado sus capacidades intelectivas, habrían dado con algo muy aproximado a la verdad que buscaban. La cuestión, como siempre, es que en sus diagnósticos es­tarían confundidos tanto sus conocimientos empíricos como sus juicios de valor.