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Dos años de Pandemia y de gestión sanitaria fracasada
Introducción a Una pandemia sin ciencia ni ética
Dos años después de su inicio formal, seguimos viviendo bajo el oscuro manto de la Pandemia. La diseminación del Sars-CoV-2 y de su impacto en las personas sigue ocupando en el centro del discurrir de la vida social y política. Solamente la invasión rusa a Ucrania ha logrado desplazar al virus del espanto ―luego de dos años― de la primera plana mediática.
Mientras redactamos estas líneas (febrero/marzo de 2022), los países del hemisferio norte, especialmente Norte América y Europa Occidental, están bajo el impacto (ya decreciente) de una nueva onda epidémica protagonizada por una variante, Omicron, que ha tomado el relevo de Delta, aunque esta última todavía sigue produciendo casos en muchos países y regiones. A nivel global ―con diferencias según los países y con tendencias y contra tendencias― se acumulan indicios de que estamos entrando en el intento de dar paso a la finalización política de la pandemia. La presumible menor virulencia de la variante Omicron parece que está ayudando a que los gobiernos parezcan apostar por disminuir la trascendencia diaria de la Pandemia. No es difícil, si existe la voluntad política de hacerlo, terminar políticamente con la Pandemia: alcanza con poner fin a su omnipresencia en los medios, dejar de contar diariamente el número de fallecidos que presentan un PCR + (como ya ha hecho en la práctica el Gobierno Español). También se ha decidido dejar de contar los casos leves y asintomáticos para aplanar, esta vez sí, las curvas (al menos en el papel)*. Todo ello ayudará a poder levantar las restricciones absurdas que todavía persisten y las normas injustificadas (como el enmascaramiento de las personas).
Es necesario finalizar el discurso de un virus amenazante que nos acecha a todos en todos los lugares, y que está presto a llevarse la vida de miles y miles de personas de cualquier edad y condición: esa no es la realidad, ni lo fue nunca. Esa percepción aterradora ―una amenaza omnipresente e indiscriminada―, producto de una propaganda mixtificadora, es el principal combustible que ha alimentado a la Pandemia y sus efectos durante meses y meses. En los dos últimos años, las noticias presentaban diariamente, casi sin excepción, los peores escenarios. El foco se colocaba siempre en los países que atravesaban una situación crítica: cuando su situación sanitaria mejoraba, desaparecían sin más de los titulares, cuyo sitio lo ocupaba otro caso con peores indicadores. De este modo la sensación generada era la de una situación catastrófica permanente. Es imprescindible acabar con esta sensación apocalíptica completamente injustificada.
La finalización política de la pandemia, con todo, no se identifica con su finalización sanitaria. En el momento de escribir estas líneas, China acaba de confinar una ciudad de 9 millones de habitantes** y Nueva Zelanda experimenta la tasa de mortalidad Covid por 100.000 habitantes más alta desde el principio de la Pandemia. Son dos de los países que con más saña apostaron por la estrategia Zero-Covid.
Un problema fundamental a la hora de analizar la crisis del coronavirus es que resulta tremendamente difícil determinar si los efectos de mayor alcance y el impacto más negativo experimentados en los dos últimos años, han sido consecuencia de la expansión del virus, o de las medidas que se tomaron para detenerlo (sin haberlo conseguido). Como mostraremos con cierto detalle en las páginas que siguen, la situación sanitaria de 2021 no ha sido mejor (a escala global ha sido peor) que la de 2020. Y a esto hay que agregar un elemento no menor: a estas alturas del partido, la pandemia de covid-19 es la pandemia de virus respiratorio de duración más prolongada de los últimos 150 años. Habría que preguntarse por qué.
Es difícil hacer un pronóstico de la evolución de la Covid-19. Toda la comunidad científica da por hecho que el virus seguirá circulando y causando víctimas, como hacen el resto de los virus respiratorios, especialmente la gripe. Ahora ya todo el mundo reconoce lo que los gobiernos se negaron a aceptar por demasiado tiempo: que el SARS-CoV-2 se volverá endémico. No se descartan ondas que ―se presume― no serán de la magnitud de las que hemos sufrido al comienzo, especialmente la onda inicial o la provocada por la variante Omicron. Pero el futuro siempre es una incógnita, particularmente si se trata de la evolución de un virus y una enfermedad de los que se ignora todavía muchos aspectos. Para complicar el panorama, nos enfrentamos a una considerable «niebla pandémica». Es difícil cuantificar los casos (muchos PCR+ han sido falsos positivos), y también el número de muertos: es casi imposible determinar cuántos podemos poner en la cuenta del virus directa o indirectamente, y cuántos, por el contrario, han sido muertes incidentales con un PCR+. Tampoco se puede cuantificar con precisión el número de decesos que son consecuencia de las medidas que se han tomado. Pero hay un incómodo dato que no se puede ignorar: del exceso de mortalidad global en los dos últimos años, apenas la cuarta parte corresponde a decesos atribuidos a covid. Lo cual plantea un interrogante obvio: ¿De qué murieron las tres cuartas partes restantes? ¿Ha habido un subregistro de decesos por covid? ¿O las medidas adoptadas han provocado un mortalidad semejante o incluso mayor que la del propio virus?
Ya no hay ninguna duda razonable sobre el fracaso completo de los confinamientos y las restricciones sociales: la cantidad de estudios científicos que concluyen en su escasa o incluso nula eficacia para detener la transmisión es abrumadora. Lo cual no debería sorprender, dado que la propia OMS consideraba en un documento oficial de 2019 que no había indicios de que las medidas no farmacológicas de distanciamiento social no selectivo fueran efectivas para evitar la transmisión de virus respiratorios en fase epidémica. Sin embargo, se ha recurrido a estas medidas una y otra vez (aunque con intensidad variable, es verdad, y en general menguante). Y la posibilidad de nuevos confinamientos ha permanecido como la eterna amenaza. También ha quedado demostrada la ambigüedad de la única noticia que era presentada como positiva: el aumento de la vacunación. El número de vacunados no ha dejado de crecer, pero el exceso de mortalidad no disminuyó (y ha tendido a crecer). Puede observarse un descenso de los muertos atribuidos a la covid, pero no un descenso de la mortalidad por todas las causas. Las vacunas contra la covid parecen haber resultado más efectivas para cambiar la causa de muerte, que para reducirla la tasa de mortalidad. De hecho, con la vacunación se produjo una curiosa inversión: se convirtió a un medio en un fin en sí mismo. Así, se festejaba y se sigue festejando a rabiar el aumento de las dosis, mientras se ignora supinamente que el número de vacunados no impacta de manera clara y positiva en la situación sanitaria. Aunque cueste creerlo, ciertos hechos son indesmentibles: en 2021 el exceso de mortalidad fue mayor que en el año anterior.
En resumen: las intervenciones masivas e indiscriminadas (enfocadas al conjunto de la población) no han conseguido eliminar el virus (un objetivo declarado de algunos Estados, e implícito en muchos otros); no han contenido su expansión de manera considerable (como demuestra la comparación de países con o sin confinamiento); en el mejor de los casos han logrado reducir muy poco la mortalidad por covid; y no han conseguido disminuir la mortalidad por todas las causas, que aumentó en 2021 y no parece estar descendiendo claramente a nivel general en el primer trimestre de 2022.
Con las vacunas se dio continuidad a la estrategia indiscriminada, autoritaria y falta de transparencia que ha caracterizado la respuesta a la pandemia desde sus primeros meses. La onda Omicron, de una magnitud considerable, se ha producido un año después de que los gobiernos anunciaran a bombo y platillo que disponíamos de vacunas con una efectividad de más del 90% y una seguridad casi absoluta. Esas vacunas fueron presentadas bajo la promesa de ser la solución final a la Pandemia, lanzándose una campaña sin precedentes de vacunación universal: un verdadero experimento global dado el alcance cuantitativo de la vacunación, el carácter experimental/provisional de los productos empleados y la utilización en la mayoría de los casos de una tecnología nueva y no probada.
El carácter de experimento global no es una exageración «conspiranoica»: es la definición que empleó una figura tan autorizada como Joan Laporte Roselló nada menos que en la Comisión Parlamentaria a la que fue invitado en su condición de experto en farmacovigilancia. La campaña vacunal se basó en promesas sin fundamento y con un respaldo en ensayos clínicos, como poco, dudosos. No se aceptaron cuestionamientos cuando hicieron acto de presencia las dudas y la resistencia a recibirlas por parte de una parte de la ciudadanía. Ante la confirmación de algunos temores de que una tecnología sin suficiente experimentación podía ser peligrosa ―como la aparición de una plétora de efectos secundarios, muchos de ellos graves―, se respondió con la intimidación, la coerción y la manipulación informativa. La promoción de la vacunación se basó en la manipulación emocional «vacúnate para proteger a los mayores»), falsas seguridades «casi no provocan efectos colaterales»), sutiles presiones (como los pases sanitarios), o descaradas intimidaciones, como la vacunación obligatoria impuesta para algunos segmentos laborales por muchos países. La información veraz, el consentimiento informado y la libertad de elección fueron arrojados a la hoguera por el extremismo sanitario.
En ningún momento se ha llevado a cabo un balance evaluativo de las medidas adoptadas: ni en el plano de su incidencia en la reducción de contagios y decesos por covid-19, ni en lo que hace a las consecuencias en relación a otras enfermedades, la vida social, la salud psicológica, la educación, el empleo o la economía. La razón de esta falta de evaluación oficial es evidente: se trata de un balance impresentable.
Los gobiernos y las instituciones que han respaldado su estrategia van a pretender pasar página: olvidar los errores, o presentarlos como deficiencias inevitables en el contexto de las urgencias de una Pandemia mortal. Incluso algunos seguirán intentando presentarlos como aciertos. En este texto queremos hacer un balance abierto y necesariamente incompleto de unos acontecimientos que marcaron la vida de la sociedad humana durante dos años. Mantenemos que ha sido una gestión desafortunada ―como poco―, llena de medidas ineficaces y dañinas. Medidas, además, que fueron tomadas de forma injustificada, dando la espalda a la ciencia (aunque la propaganda oficial insista en que todo se hizo «siguiendo a la ciencia»). La gestión de la Pandemia ha estado fundamentada más en razones políticas que sanitarias, a pesar de la demagogia sobre el objetivo de «salvar vidas». Se ha recurrido a maniobras político-represivas y mediáticas que no podían más que producir (se haya buscado o no deliberadamente) el sometimiento de la ciudadanía, la sumisión masiva. Se ha desarticulado a la sociedad, dividiendo y polarizando a la ciudadanía, potenciando el individualismo. De paso, se ha facilitado que las grandes corporaciones ―con su vocación carroñera― se beneficiaran de esta tragedia como se aprovechan de todas. El mundo sale de estos dos años con graves secuelas, con cicatrices que desaparecerán muy difícilmente. Se han puesto más nubarrones negros en un futuro que, ya antes, no se presentaba demasiado halagüeño.
Este libro da continuidad a lo que escribimos hace un año en Covid-19: la respuesta autoritaria y la estrategia del miedo. Esa obra tuvo como puntal fundamental a Paz Francés, una jurista que, por razones personales muy atendibles, no ha podido acompañarnos en esta ocasión, aunque sí nos haya alentado moralmente. Reivindicamos plenamente lo que entonces publicamos. Podríamos hacer precisiones aquí y allí, pero las tesis fundamentales de ese texto siguen vigentes.
En primer lugar vamos a realizar un repaso general a la Pandemia, las líneas generales de su gestión y una primera aproximación a las consecuencias de la estrategia de respuesta elegida por la gran mayoría de los gobiernos, unos gobiernos que han sido respaldados por las corporaciones dominantes en el sistema económico, especialmente la «Big Pharma» y las empresas virtuales y tecnológicas. Ese respaldo ha sido compartido por las instituciones sanitarias internacionales y las organizaciones de la profesión médica, que en la práctica dependen tanto de los gobiernos como de la Industria Farmacéutica.
A continuación nos acercaremos a realizar una descripción más concreta de las características de la Pandemia y su gestión sanitaria. Si bien en este libro no entraremos en excesivos detalles, se proporcionarán las referencias para que quien quiera pueda hacerlo. Mostraremos qué es lo que hizo y no se hizo, y expondremos qué es lo que ―desde nuestra perspectiva― se debería y podría haber hecho o dejado de hacer. Dedicaremos especial atención a los grandes fracasos desde el punto de vista de la gestión desarrollada por los gobiernos. Estudiaremos las estrategias discursivas que se emplearon, así como el impacto que tuvieron. Analizaremos críticamente el posicionamiento de las principales fuerzas de izquierda, lo que las llevó a acompañar con muy pocas críticas la gestión capitalista de la crisis sanitaria. Ofreceremos una explicación de las causas y razones que llevaron a una reacción sanitaria tan desastrosa, evitando todo tipo de «teoría conspirativa». Por último, exploraremos las consecuencias a futuro que ha dejado la crisis pandémica.
* https://elpais.com/sociedad/2022-03-10/sanidad-solo-contara-los-casos-graves-y-vulnerables-de-covid-en-una-transicion-a-un-sistema-de-vigilancia-centinela.html
** https://elpais.com/sociedad/2022-03-11/china-registra-la-mayor-ola-de-covid-desde-la-explosion-de-la-pandemia-y-confina-la-ciudad-de-changchun-de-nueve-millones-de-habitantes.html